martes, 8 de marzo de 2011

El amor.

Como es de hermoso ver ese idílico romance entre el sufrimiento y, paradójicamente, el amor. Generalmente nos vemos sufriendo por amor, pero, ¿nos preguntamos por qué? Simplemente porque nuestra naturaleza egoísta nos fuerza a creer en que aquello que amamos tiene que ser nuestro. ¿Nuestro? Pues sí, creemos también que podemos poseer, ¿no es chistoso? Si creemos que podemos poseer, ¿a quién le poseeremos ya?

Yo creo que no podemos poseer nada, no podemos marcar a una persona como ganado, incluso, creo que no podemos marcar al ganado como una posesión. ¿Por qué? Porque somos tan animal como la vaca, o tan tonto como al que amamos. Simplemente no poseemos la inteligencia para poder aceptar nuestra naturaleza, que se asemeja a la de muchos otros, y de todos modos seguimos creyéndonos superiores.

Precisamente sufrimos por eso, porque creemos que podemos poseer y al darnos cuenta de que en realidad no, nos ponemos a llorar cual bebés caprichosos después de descubrir que sus padres también tienen otras responsabilidades. No hay nada mejor para el carácter de un bebé malcriado que ponerlo a llorar por horas por no prestarle atención. ¿Si esto es así? ¿No deberíamos simplemente sentarnos a sufrir hasta que se nos temple el carácter y nos demos cuenta que tenemos que afrontar el rechazo o, más difícil aún, darnos cuenta que podemos estar con otra persona sin que en realidad nos pertenezca?

Somos torbellinos de misteriosos lamentos, nos quejamos todo el tiempo, incluso nos quejamos por el sufrimiento en sí. Que despropósito, yo pienso, puesto que no hay nada más privilegiado aquel hombre que puede sufrir. El hombre que se da el lujo de disfrutar su sufrimiento es aquél que podrá superarlo. Hay muchos factores que le agregan al sufrimiento sus dotes maravillosos, factores que pueden ser ocasionados por el origen del lamento por ejemplo. Un padecimiento puede ser ocasionado, por ejemplo, por un error, y ahí es donde entra la perspicacia del sujeto en cuestión para aprovechar de su situación. Es sabio aquel que puede aprender de sus errores: “El sabio puede sentarse en un hormiguero, pero sólo el necio se queda sentado en él.”[1]

Aquel que sufre necesariamente ha disfrutado. Vivimos en un mundo que sin la comparación, sin el contraste, simplemente no existiría. Aprendemos que algo está mojado porque alguna vez estuvo seco, y claro, nos podemos poner a analizar este asunto para hallar el verdadero comienzo de todo esto, peor nos remontará a una discusión infinita. Para que exista este concepto[2] llamado “sufrimiento” tiene que existir su opuesto, que vendría siendo la alegría, el placer, el júbilo, la dicha, etc. Por ende aquel que ya sufrió alguna vez fue feliz y tendrá claro que su sufrimiento, al igual que su alegría, no son infinitos y que depende de él dar fin a estos sentimientos.

Todo esto me lleva a la conclusión de que aquel que “padece” este sentimiento del cual he tratado en este ensayo (¿escrito? ¿Carta? ¿Texto?), tiene el conocimiento y más importante aún, la sabiduría, para detenerlo. Pero para esto es necesario darse cuenta que no es algo rotundamente malo, hay que saber sacarle provecho. Todo sufrimiento puede ser la puerta para la alegría.

Juan Antonio Ramírez
11º-A  


[1] Proverbio Chino.
[2] También creo que es pertinente interpretarlo como sentimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario